Alrededor de un fuego, en ese lugar precisamente donde las historias de miedo y terror producen mayor efecto, es donde arranca la novela. Allí, contando historias, será donde uno de los participantes anticipe las pinceladas de la que él se propone contar a través de un manuscrito recibido de una mujer.
El manuscrito va narrando cómo esa mujer es contratada como institutriz a cargo de dos pupilos, niño y niña, en una mansión de la campiña inglesa. Los niños, hermanos entre ellos, son huérfanos y sobrinos de un caballero que, como única condición, pide no ser molestado con ningún asunto referente a la educación de sus dos sobrinos, Flora y Miles.
Así las cosas, se instala en la mansión, donde la belleza del lugar y la exquisita educación y dulzura de los niños hacen creer a la ilusa institutriz que podrá desarrollar su tarea sin mayores complicaciones. Pronto, sin embargo, una carta del internado donde Miles está siendo educado, informa de su expulsión y comienzan las dudas, ¿qué puede haber hecho un muchacho tan bueno y noble para que le expulsen?, ¿esconde algún oscuro secreto Miles?, ¿o su adorable hermanita, Flora?
La única persona con la que es capaz de compartir sus dudas será la vieja señora Grose, el ama de llaves, que parece saber algo más de lo que cuenta.
A fuerza de perseverar en su empeño descubre que, además del servicio, hay alguien más en la casa. Dos personajes del pasado: la señorita Jessel, su predecesora en el puesto de institutriz, y Peter Quint, un criado pendenciero. Y alrededor de ellos, se percibe un aura malévola, una nebulosa maléfica contra la que la institutriz luchará hasta alcanzar sus límites, los físicos y mentales, para defender a los pequeños.
El tono de la novela es oscuro, brumoso, en ocasiones asfixiante; envuelve al lector en una atmósfera propicia para esperar lo inesperado, para percibir los sonidos de los muebles en la penumbra de una habitación poco iluminada, o los crujidos de una vetusta escalera de madera, tratando de discernir si son los años o unos pasos siniestros los que producen esos crujidos.
La narración es pausada, algunos tachan a James de hacer prosa lenta, pero no cansa, no aburre; todo lo contrario, es imperioso continuar la lectura disfrutando de la elegancia de la palabra, y descubriendo, como sólo él sabe hacerlo, el interior de cada uno de los personajes, haciendo que se vivan, a la par que cada uno de ellos, sus propias sensaciones.
En cuanto a quien narra la historia, es la propia institutriz la que la cuenta; y esto es, realmente, el nudo gordiano de la novela: al ser la institutriz quien lo cuenta, nunca se podrá saber si es una historia real vivida por un mujer real, o si se trata de lo que una mente, no muy sana en ese caso, cree haber vivido.
En definitiva, ¿una lucha entre el bien y el mal plagada de elementos sobrenaturales?, ¿una vivencia angustiosa de mentes perturbadas? Cualquiera de las opciones es válida y no podría afirmarse categóricamente que lo es ninguna de las dos; cada lector se quedará con lo que interprete y todas las interpretaciones serán válidas.
Escrita en el año 1898 es, efectivamente, una obra maestra que deja al lector desconcertado…, y encantado.
Magistral obra. Un poco de miedo sí que da
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