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sábado, 11 de abril de 2015

Lo que el hielo atrapa_Bruno Nievas


Nos embarcamos en el “Endurance”. Ni los inconvenientes económicos, ni la amenaza, confirmada,  del estallido de la I Guerra Mundial, podrán detener el ímpetu con el que Ernest Shackelton acomete la gesta de alcanzar las inhóspitas tierras del Polo Sur.

Experimentado hombre de mar, aventurero impenitente, atenderá al más ínfimo detalle antes de la partida. Será él mismo quien seleccione a los hombres que le vayan a acompañar; cada decisión importa y,  por eso mismo, cada hombre aportará su experiencia en el mar pero aportará  también su carácter y sus cualidades humanas.

Todos los hombres…, y ella, Zara Foley. Una ratera flacucha de los bajos fondos londinenses, cuya motivación para embarcar no tiene mucho que ver con las ansias de gloria o aventura. Será quien conquiste la admiración de sus compañeros y la de su superior que la tratará como una igual, sin atender a sus diferentes procedencias sociales, ni siquiera cuando ella le confiese su oscuro secreto.

Y este será uno de los pocos  oscuros del libro, porque mientras se va leyendo, todo es blanco, níveo y azulado. Todo hielo e inmensidad, todo en blanco, como las hojas que habrá de  escribirse en los anales de la Historia con la gesta que este grupo llevará a cabo.

Shackelton será el personaje principal en esta trepidante historia. Rodeado de una tripulación a la que iremos conociendo, y apreciando, mediante saltos temporales que permiten un mayor entendimiento de cada uno de ellos. 

Confieso haberme perdido un poco en estos saltos, demasiado irregulares en el tiempo, tal vez, para mí. Pero reconozco y aplaudo la importancia de este recurso para atender a las necesidades de la propia historia. Por un lado, la construcción de cada personaje  no se entendería sin esas retrospectivas sobre el pasado de cada uno de ellos. Las reacciones ante las situaciones en las que se verán envueltos, responden a un bagaje único y personal que no tendría sentido sin conocer, aún a grandes rasgos, su pasado y sus episodios vitales más destacados, aquellos que moldean el  carácter. Por otra parte, en mi opinión, esos paréntesis temporales aportan dos bondades más: la primera, relajar la tensión que se va generando con la historia principal, permitir que los ojos dejen de escocer por la blancura del paisaje; la segunda, permite la introducción de otras pequeñas historias que se cuelan en la principal de forma natural, así conocemos las anteriores y no menos increíbles expediciones de Scott y Amundsen, sus personalidades y sus rasgos más humanos.

A lo largo de la narración en tercera persona, los constantes diálogos ágiles y vibrantes hacen  que la primera se haga dinámica y no se estanque en las precisas y concienzudas descripciones técnicas acerca de navegación, ingeniería naval o fotografía. Descripciones que, por otra parte, desvelan, siquiera dejan atisbar, el tremendo trabajo de investigación llevado a cabo por el autor.

Por todo ello, y por más que no puedo desvelar sin dar al traste con el propio misterio de la novela, recomiendo su lectura. Aventurarse y acompañar como espectador silente y emocionado a este autor y a su obra…, engancha.

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