En absoluto éxtasis. Así, en una invernal
tarde de domingo, terminaba mi lectura de “El misterioso caballero del libro
sagrado”, de Antón Dónchev.
Como el propio protagonista, mi
día había estado cargado de brumas y sueños que se desvanecían entre inconsciencias
y duermevelas casi febriles. Como el protagonista, mi día había recorrido un
desierto de hielo, sin hallar nada, […] sin llegar a conocerme ni a
despreciarme [...].
Me vuelvo a girar hacia Europa,
hacia la literatura centroeuropea, a la que cada vez admiro más profundamente y
hacia la que siento, cada vez más, una especie de afinidad natural.
Dónchev escribe una novela
histórica, casi un libro de caballería, así, a la vieja usanza y sin
arrepentimiento. Y lo hace desgranando las aventuras, desventuras más bien, del
barón Henri de Ventadour, a quien el Papa Inocencio III pagará generosamente la
misión de robar un manuscrito. Debe arrebatárselo a los bogomilos, diseminados
por media Europa y asentados en
Bulgaria.
El manuscrito, el quimérico
quinto evangelio de San Juan, pretende ser entregado voluntariamente por los
propios bogomilos a los cátaros, hermanos herejes y aliados en la lucha contra la
hipocresía de Roma. Los cátaros se hallan sitiados en Francia, en Montségur y
desde allí elevan su mensaje al cielo y al mundo, librando una encarnizada y postrera lucha contra el señor de Montfort.
Irá el barón de Ventadour,
volverá Boyán de Zemen. El manuscrito recorrerá la fría Europa, a través de
montañas heladas, pueblos arrasados por la locura, la barbarie y los intereses
ocultos.
No me queda claro si la fuerza de
un hombre, sus motivaciones y su entrenamiento castrense, es la que hace llevar
el manuscrito a través de persecuciones y sufrimientos, o si es la fuerza que
emana del manuscrito la que alienta la dura travesía que ha de hacer el
portador.
No me queda claro porque Dónchev
así lo ha querido. No me queda claro, porque Dónchev me ha obligado a elegir y
a tomar partido y ha hecho lo mismo con su protagonista, al que lleva al límite
y al que disecciona y destruye para hacerlo renacer. No hay mayor dolor ni
mayor tortura que la de dejar de ser
para ser otro. El mercenario lo sufre todo, lo aguanta todo; las oscuras máquinas
de tormento pueden cercenar su cuerpo, sin obtener su rendición, pero caerá
postrado e indefenso ante sí mismo y su propio descubrimiento, su única verdad.
Además de la dificultad narrativa
de una travesía por Europa, en diferentes escenarios, que el autor salva
honrosamente, destaca sobre todos los personajes la estructuración de su
protagonista, el conocimiento profundo que tiene de él, que hace que el
tránsito del mismo nos parezca casi natural. El resto de personajes, estupenda
y minuciosamente construidos, apoyan a la figura central, pero nunca la tapan.
Para acabar, un último apunte
acerca del lenguaje, la estética de la palabra. Poesía en prosa, deleite de los
sentidos. Una prosa dulce, que no empalagosa, capaz de hacer bello lo abyecto y
que no hace por ello, perder agilidad en el devenir de la narración. En esto, y
como siempre me gusta recordar, tiene mucho que ver y así debe reconocerse, la
labor de los traductores, en este caso Tania Dimitrova Láleva y Zhivka Baltadzhieva.
Me he entusiasmado y se me nota…
¡qué le vamos a hacer!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿y tú que opinas?