Cuando se finaliza su lectura, queda el regusto de algo bien
hecho. Esa sensación de que, a pesar de que en ocasiones parece denso y
excesivo, tenía que ser así. No hay nada superfluo, ningún detalle es baladí.
El propio autor, entre sus páginas, resume como nadie la
esencia de esta novela: guerras libradas por soldados al mando de generales sin
librea.
Y eso, que parece tan complicado, es lo que se va a
encontrar el lector.
Arranca la historia con el asesinato de personajes sin
nombre, aún. Poco a poco se irán desvelando las claves que permiten entender la
razón de esas muertes. Pero va más allá, se irán descifrando las claves de un
juego, una especie de juego cuyo tablero será una Europa convulsa y asolada por
las guerras o, lo que es peor, por esos períodos de entreguerras que mantienen
una tensa calma y una diplomacia hipócrita e interesada entre los países.
Es una historia de espías, de los sacrificados espías de esa
Europa que vive inmersa en sus propias luchas; donde rige el principio,
universal y vigente, que dice que la información es poder. Y es, precisamente,
la información el arma más valiosa de los países enfrentados. Ni el más bárbaro
de sus habitantes renuncia a la posibilidad de derrotar al enemigo aún sin
salir al campo de batalla.
La historia se desarrolla en varios escenarios; España,
Inglaterra e Irlanda serán los bailarines principales de esta danza orquestada
por manos oscuras, casi siniestras que se mueven en las sombras. Pero la acción
se disemina y abarca Francia e, incluso, Italia. La dificultad de seguir el
hilo de la historia, a pesar de la disparidad de escenarios, es superada por el
autor con solvencia, sin fisuras.
Cobos, Alonso Cobos es el personaje principal y el conductor
de la trama. Un personaje bien plantado, y bien planteado. A él, desde la Corte
española, o más bien, desde las profundidades de la Corte española, se le
encargará descubrir la identidad de los muertos, la relación que une a los
mismos, quién o quiénes fueron sus ejecutores y, lo que es más importa para los
intereses de la Corte, la razón de sus muertes.
En esas profundidades habitan Idiáquez y Mendoza, personajes
también oscuros aunque, a veces y sólo a veces, casi entrañables. El catálogo de personajes es amplio y variado,
hay rufianes, hombres de honor y caballeros sin reino, al servicio del poder.
Todos ellos, son personajes sólidos, bien estructurados. Confieso, sin embargo,
que mi debilidad es la Reina Elisabeth, una mujer en un mundo de hombres,
siempre un paso por delante de sus consejeros; una fina inteligencia acompañada
de la sabiduría que dan los años que se vale, también, de la alcoba para
mantener el orden en la sala del trono.
Mientras se va leyendo, el lector se envuelve en un ambiente
oscuro y húmedo, es el estado ideal para continuar. Y tal estado es provocado
por los escenarios y el tiempo de la acción: en las profundidades de los
palacios en España, en la lúgubre Torre inglesa a la que se llega en barca, o
en los bosques irlandeses, empapado de sangre y nieblas. Siempre es de noche,
aunque no lo sea, es la propia noche que vive la vieja Europa y los personajes
se mueven al abrigo de la oscuridad o en tabernas poco iluminadas, donde llevan
a cabo su labor: ser sombras en las sombras.
Es un libro de invierno, para leer al calor de una chimenea.
Es un libro de verano, para refrescar los calurosos días de verano. Es, para
leerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿y tú que opinas?