Nos embarcamos en el “Endurance”. Ni los inconvenientes económicos, ni la amenaza, confirmada, del estallido de la I Guerra Mundial, podrán detener el ímpetu con el que Ernest Shackelton acomete la gesta de alcanzar las inhóspitas tierras del Polo Sur.
Experimentado hombre de mar, aventurero impenitente,
atenderá al más ínfimo detalle antes de la partida. Será él mismo quien
seleccione a los hombres que le vayan a acompañar; cada decisión importa
y, por eso mismo, cada hombre aportará
su experiencia en el mar pero aportará
también su carácter y sus cualidades humanas.
Todos los hombres…, y ella, Zara Foley. Una ratera flacucha
de los bajos fondos londinenses, cuya motivación para embarcar no tiene mucho
que ver con las ansias de gloria o aventura. Será quien conquiste la admiración
de sus compañeros y la de su superior que la tratará como una igual, sin
atender a sus diferentes procedencias sociales, ni siquiera cuando ella le
confiese su oscuro secreto.
Y este será uno de los pocos
oscuros del libro, porque mientras se va leyendo, todo es blanco, níveo
y azulado. Todo hielo e inmensidad, todo en blanco, como las hojas que habrá de
escribirse en los anales de la Historia
con la gesta que este grupo llevará a cabo.
Shackelton será el personaje principal en esta trepidante
historia. Rodeado de una tripulación a la que iremos conociendo, y apreciando,
mediante saltos temporales que permiten un mayor entendimiento de cada uno de
ellos.
Confieso haberme perdido un poco en estos saltos, demasiado
irregulares en el tiempo, tal vez, para mí. Pero reconozco y aplaudo la
importancia de este recurso para atender a las necesidades de la propia
historia. Por un lado, la construcción de cada personaje no se entendería sin esas retrospectivas
sobre el pasado de cada uno de ellos. Las reacciones ante las situaciones en
las que se verán envueltos, responden a un bagaje único y personal que no
tendría sentido sin conocer, aún a grandes rasgos, su pasado y sus episodios
vitales más destacados, aquellos que moldean el
carácter. Por otra parte, en mi opinión, esos paréntesis temporales
aportan dos bondades más: la primera, relajar la tensión que se va generando
con la historia principal, permitir que los ojos dejen de escocer por la
blancura del paisaje; la segunda, permite la introducción de otras pequeñas
historias que se cuelan en la principal de forma natural, así conocemos las anteriores
y no menos increíbles expediciones de Scott y Amundsen, sus personalidades y
sus rasgos más humanos.
A lo largo de la narración en tercera persona, los
constantes diálogos ágiles y vibrantes hacen
que la primera se haga dinámica y no se estanque en las precisas y
concienzudas descripciones técnicas acerca de navegación, ingeniería naval o
fotografía. Descripciones que, por otra parte, desvelan, siquiera dejan atisbar,
el tremendo trabajo de investigación llevado a cabo por el autor.
Por todo ello, y por más que no puedo desvelar sin dar al
traste con el propio misterio de la novela, recomiendo su lectura. Aventurarse
y acompañar como espectador silente y emocionado a este autor y a su obra…,
engancha.
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