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viernes, 11 de mayo de 2018

El misterioso caballero del libro sagrado_ Anton Donchev



En absoluto éxtasis. Así, en una invernal tarde de domingo, terminaba mi lectura de “El misterioso caballero del libro sagrado”, de Antón Dónchev.

Como el propio protagonista, mi día había estado cargado de brumas y sueños que se desvanecían entre inconsciencias y duermevelas casi febriles. Como el protagonista, mi día había recorrido un desierto de hielo, sin hallar nada, […] sin llegar a conocerme ni a despreciarme [...].

Me vuelvo a girar hacia Europa, hacia la literatura centroeuropea, a la que cada vez admiro más profundamente y hacia la que siento, cada vez más, una especie de afinidad natural.

Dónchev escribe una novela histórica, casi un libro de caballería, así, a la vieja usanza y sin arrepentimiento. Y lo hace desgranando las aventuras, desventuras más bien, del barón Henri de Ventadour, a quien el Papa Inocencio III pagará generosamente la misión de robar un manuscrito. Debe arrebatárselo a los bogomilos, diseminados por media Europa y  asentados en Bulgaria.

El manuscrito, el quimérico quinto evangelio de San Juan, pretende ser entregado voluntariamente por los propios bogomilos a los cátaros, hermanos herejes y aliados en la lucha contra la hipocresía de Roma. Los cátaros se hallan sitiados en Francia, en Montségur y desde allí elevan su mensaje al cielo y al mundo,  librando una encarnizada y postrera  lucha contra el señor de Montfort.

Irá el barón de Ventadour, volverá Boyán de Zemen. El manuscrito recorrerá la fría Europa, a través de montañas heladas, pueblos arrasados por la locura, la barbarie y los intereses ocultos.

No me queda claro si la fuerza de un hombre, sus motivaciones y su entrenamiento castrense, es la que hace llevar el manuscrito a través de persecuciones y sufrimientos, o si es la fuerza que emana del manuscrito la que alienta la dura travesía que ha de hacer el portador.

No me queda claro porque Dónchev así lo ha querido. No me queda claro, porque Dónchev me ha obligado a elegir y a tomar partido y ha hecho lo mismo con su protagonista, al que lleva al límite y al que disecciona y destruye para hacerlo renacer. No hay mayor dolor ni mayor tortura  que la de dejar de ser para ser otro. El mercenario lo sufre todo, lo aguanta todo; las oscuras máquinas de tormento pueden cercenar su cuerpo, sin obtener su rendición, pero caerá postrado e indefenso ante sí mismo y su propio descubrimiento, su única verdad.

Además de la dificultad narrativa de una travesía por Europa, en diferentes escenarios, que el autor salva honrosamente, destaca sobre todos los personajes la estructuración de su protagonista, el conocimiento profundo que tiene de él, que hace que el tránsito del mismo nos parezca casi natural. El resto de personajes, estupenda y minuciosamente construidos, apoyan a la figura central, pero nunca la tapan.

Para acabar, un último apunte acerca del lenguaje, la estética de la palabra. Poesía en prosa, deleite de los sentidos. Una prosa dulce, que no empalagosa, capaz de hacer bello lo abyecto y que no hace por ello, perder agilidad en el devenir de la narración. En esto, y como siempre me gusta recordar, tiene mucho que ver y así debe reconocerse, la labor de los traductores, en este caso Tania Dimitrova Láleva y Zhivka Baltadzhieva.

Me he entusiasmado y se me nota… ¡qué le vamos a hacer!

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