La real, la dura y misma vida real. Ese es el argumento
único del escrito que se inicia allá por 1970 y finaliza a la muerte del
filósofo Jean Paul Sartre.
En primera persona, Simone de Beauvoir nos cuenta una etapa
de su vida, salpicada de anécdotas, viajes y entrevelados amores a dos e,
incluso, tres bandas.
El hilo conductor del texto es el declive físico e
intelectual de Sartre, su gran amante, amor y amigo; declive vivido con rabia,
con desesperación y, finalmente con lo único que cabe, con cierta resignación.
Mientras se desgrana el lento avance de la enfermedad y sus
secuelas, ella nos habla de la relación que existe entre ellos, esa comunión
íntima que comienza cuando se conocen en La Sorbona en 1929, y cómo esa
relación determina la que tienen con los demás; la devoción absoluta de Simone
hacia ese hombre poco agraciado, pero tremendamente atractivo para ella.
Sentimos el espíritu luchador de un hombre que trabajó en
sus proyectos hasta sus últimos días, que no se resignó a dejarse morir; y
sentimos cómo una mujer, de una altura intelectual similar, luchó con toda su
alma por hacerle más fácil el último tramo del camino.
El existencialismo descarnado de su obra, llevado a la única
máxima real que conocemos: “Su muerte nos separa. Mi muerte no nos unirá. Así
es: ya fue hermoso que nuestras vidas hayan podido estar de acuerdo durante
tanto tiempo”.
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