Miroslav Krleža (Zagreb, 1893-1981) es
una de las figuras más importantes de la literatura centroeupea y uno de los
más aclamados autores croatas. Eso dicen los entendidos, porque para servidora,
no deja de ser un agradable y agradecido descubrimiento.
Participante en la I Guerra Mundial y
antimilitarista convencido, dicen de él que es autor de explosiones y excesos
literarios. Una voz que se eleva fuera de tono y convence más allá de las
fronteras que no tiene.
La historia narra el retorno de un
artista, en plena crisis creativa, a su tierra, a sus más atroces recuerdos y a
cómo revive, pasados los años, la relación con su madre y con el entorno de
ella, ahora decrépito y decadente.
El protagonista se siente, recién
llegado, como un espectador fuera de si mismo, sobrevolando lo que ve y a quien
ve. Poco a poco se introduce de nuevo en la sociedad de la que escapó, una
rancia nobleza, pendiente de ocultar sus bajezas, tal vez, para alargar en el
tiempo un tiempo ya terminado que no habrá de volver. En su retorno descubrirá,
también, a una curiosa mujer que obrará mucho en su vida.
Recurrente es el tema de la crisis,
personal, social, política, artística, de valores al fin, que sitúan al lector
en la convulsa realidad de los años 30.
Un gran texto, denso, cargado de sensaciones, donde
sorprende la delicadeza, la rudeza y la capacidad para describir las imágenes
de la realidad que envuelve a un artista del lienzo, de forma que se pueden
“ver” los cuadros que se pintan en su propia imaginación, con sus colores y con
todos sus detalles.
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