Recientemente, tuve el gusto de que alguien dejara en mis
manos la novela "El Castillo", de Luis Zueco. Lo que, a priori, me
pareció una tarea tan ardua como la construcción del propio castillo, resultó
ser una lectura amena, a veces trepidante, ágil, en definitiva, para el volumen
de páginas que abarca.
Aunque, como bien dice el propio autor, se ha dado algún
salto temporal en aras, precisamente, de esa agilidad, se nos cuenta la
historia de la construcción del mayor castillo románico que se mantiene en pie
en territorio español.
En el lugar de Loarre, donde nadie ponía el pie por la
cercanía sarracena, por deseo del propio Rey Sancho, se encarga a Lope de
Fenech ser el tenente de la que se edificará como una gran fortaleza cristiana;
novedosa en su diseño defensivo, desafiante en su ubicación. Lo que comienza
siendo una prueba de fuerza de un hijo bastardo, acabará dando lugar a un
escenario de historias entrelazadas.
Arrancamos en Abizanda. Un joven Fortún se nos presenta ya
en los primeros capítulos. Un joven taciturno, ávido de conocimientos y saber
que, junto con su padre, arriban en Loarre huyendo del hambre y la miseria. En
Loarre se hará un hombre y crecerá, vivirá los momentos más angustiosos de su
vida y saboreará, no una sino dos veces, las mieles del enamoramiento y del
amor verdadero.
A la par, mientras en Loarre continúan las obras y las vidas
de todos ellos, excepto de alguno que habrá de marchar, lejos de allí se librán
otras batallas de más hondo calado.
De estas batallas, llegarán a Loarre los ecos. Luchas
intestinas por la sucesión y las anexiones territoriales trás la muerte del Rey
Sancho; intrigas papales para conseguir la soberanía romana sobre toda la
cristiandad, la lucha, aparentemente inocua, entre el rito romano y el rito
hisponovisigodo que supone un rechazo frontal a la supremacía de Roma,
venciendo el primero al segundo allá por el 1071. Y no solo serán ecos, sino
que afectarán de forma directa, brutal, al desarrollo de Loarre y a la vida de
sus moradores.
Se cuelan otros temas al hilo de esta gran espina dorsal. Se
cuela el paganismo, como se cuela la primavera, en los bosques aledaños
plagados de peligros y de bandidos musulmanes. Se cuela la diosa y su betilo.
Se cuela la igualdad de las mujeres en una sociedad cerrada y una época
oscurantista. Se cuela la barbarie cluniacense contra herejes y brujas,
encarnando en la mujer, como es costumbre, la tentación y el descarrío de los
hombres. Llegado este punto, me permito la licencia, y permítanmela y sepan
disculpármela también ustedes, de pensar que, pese a no creer tal cosa, o bien
ellos eran muy tontos o bien ellas eran muy listas.
El libro abarca muchos más acontecimientos, todos ellos
interesantes y redactados con sencillez. Todos ellos permiten una investigación
más profunda y dejan abiertas las puertas si no a una continuación, sí que a la
posibilidad de iniciar otras obras, con el desarrollo de algún personaje o el
ahondamiento en alguno de los hechos narrados.
Es de agradecer al autor, la gran investigación llevada a
cabo en temas como historia, arquitectura o biología, tan necesarios para
llevar a cabo una obra de estas características y es de elogiar la sencillez
para plasmar esos conocimientos, acercándolos de forma clara a un lector que no
tiene la obligación de estar versado en ellos.
Citando a Wolf […] la obra de imaginación debe atenerse a
los hechos y cuanto más ciertos los hechos, mejor la obra de imaginación […]
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