Samar Yazbek
es una periodista y novelista siria que vive en París; en un exilio que, como
ella misma explica, es un sentimiento de desarraigo que no consigue arrancar de
su interior la seguridad de su pertenencia a otra tierra, a una que hoy está
siendo arrasada ante la mirada impasible de nuestro mundo occidental.
Una Siria
llena de hombres, mujeres y niños que
están siendo diezmados por bandos o facciones que nada tienen que ver con
ellos, cuya única finalidad es alcanzar el poder a costa de lo que sea.
Para
ponernos en antecedentes, una breve explicación del desarrollo de los acontecimientos
que están acabando con un país entero, con sus habitantes y, si se me permite,
con la dignidad del resto del mundo, que asistimos como meros espectadores, sin
tomar conciencia del conflicto y sin exigir a los dirigentes una actuación
contundente y seria.
Todo comienza
con una revolución pacífica y popular contra un dictador, los sirios se oponían
al-Asad; esta revolución popular acabó siendo un amotinamiento general contra el ejército y el Estado.
Entre las
facciones rebeldes, entran en escena los
islamistas, que se adueñan de la situación y marginan de ella a sus auténticos
protagonistas: los sirios. Aunque hay más facciones, el papel protagonista de
esta sinrazón lo desempeña el ISIS (Estado Islámico de Irak y Siria), que viene
a ser la facción fundamentalista y que, a día de hoy, constituye un Estado en
sí mismo y una fuerza invasora.
Conformado
por guerrilleros extranjeros, no sirios, que cruzaron la frontera turca, el
radicalismo violento se ha adueñado de la situación y en medio de todo ello
siguen los sirios, la población civil,
luchando como pueden contra, ya no una, sino dos dictaduras que han
decidido exterminarlos. Por un lado, el régimen sigue bombardeando y, por otro,
el islamismo fundamentalista sigue ocupando ciudades y acabando con cualquiera
que se oponga a ellos.
Samar Yazbek
narra cómo vuelve a su tierra en tres ocasiones. Oculta y protegida por sus
anfitriones, recorre la región y trata de dar valor al trabajo de las mujeres,
de generar cooperativas y proyectos de futuro, si aún queda alguno.
En sus
incursiones es testigo de numerosos bombardeos, haciendo entrar en nuestro
vocabulario conceptos y vocablos que no deberían existir para nadie, aprendemos
sobre bombas de barril, misiles, bombas de racimo o francotiradores; es testigo
de la solidaridad entre personas de distintas facciones; es testigo de
mutilaciones y muertes; es testigo de la destrucción y la sinrazón; es testigo
de que el valor de la vida, la cuestión fundamental de la vida, es únicamente poder
sobrevivir.
Y, aún así,
en medio del horror y sin ahorrar ningún detalle, no hay nada truculento en su
prosa, no hay sensacionalismo ni regodeo en la desgracia. Hay dulzura, dolor y
tristeza.
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