Ahora que se acerca el aniversario de su muerte (Cracovia, 1 de febrero de 2012), no encuentro mejor manera de recordar a esta gran dama de las letras, a la que fue Premio Nobel de Literatura en 1996, pero nunca se lo creyó del todo.
La descubrí hace muchos años, mucho antes del Nobel y por casualidad. Fue un flechazo, uno de esos que sabes que será para siempre. La admiración por su poesía sencilla no ha dejado de fascinarme durante todo este tiempo.
Esa sencillez aparente, esa
poesía que no se fija en la métrica, que sale del corazón y pone encima de la
mesa los sentimientos más íntimos y los temas más mundanos, que encierra una profundidad sobrecogedora;
esos versos cercanos que hablan de guerra y política con la misma facilidad que
hablan del curriculum perfecto y del amor humano. Esa poesía, esos versos son
los que calan hondo porque nos hablan de las cosas que conocemos y sentimos,
sin grandes alardes académicos, sin florituras excesivas y con la misma
curiosidad y alegría con la que un niño puede descubrir el mundo. Son sonidos
del alma.
Saltaré sobre el fuego es una
pequeña selección de los poemas de Szymborska, recogidos con mimo por la
editorial Nørdica, que ha añadido, además, unas estupendas ilustraciones a
cargo de Kike de la Rubia. Es, sin duda, una de las mejores ediciones que han
pasado por mis manos.
Y, aunque no se incluya en esta
selección, no puedo dejar de citar uno de mis poemas preferidos de esta grande.
Las tres palabras más extrañas
Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.
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