Una historia con otras historias; una historia nutrida de
otras historias, como los árboles que se nutren de todo lo que les proporciona el
terreno donde crecen.
La historia de Leonora, una niña-escoba de sangre indígena,
se alimenta de las vidas y de las historias de aquellos que la rodean.
En un ambiente femenino, en ocasiones agobiantemente
femenino, Leonora va desgranando los retazos de su propia vida. Educada en un
convento de monjas, es llevada a servir a la casa de los O’Conner.
Allí, su familia serán Sofía, la sesentona sabia con la que
compartirá cuarto, además de confidencias y Josefa, la sirvienta que se expresa
a través de una única palabra para cada ocasión porque, como cree Leonora, es
tan lista y tiene la cabeza tan llena que expresa todas sus ideas a través de
una palabra, como un símbolo conceptual. La sabiduría de estas dos mujeres será
el sustento de Leonora para sobrellevar su juventud y su embarazo.
Será el Sr. O’Conner quien, tras dejarla embarazada, la
quiera a su manera y en la distancia y quien decidirá que se quede en la casa,
junto con su hija, que será tenida por hija de la familia y a la que no le
faltará de nada. Será la Sra. O’Conner la que, enferma de rabia y celos, tenga,
tal vez, el papel más difícil de asumir criando como propia a la hija de su
sirvienta y tolerando su presencia en la casa.
Dos serán los narradores, la propia Leonora y Aura Oliva la
que, aunque ella misma lo desconoce, es su hija, su propia sangre. Los
narradores son dos, lo he dicho ya, pero puede que sean más, la mente de
Leonora es un narrador más, distinto; sus pensamientos, absolutamente poéticos
son un narrador singular; y la propia Josefa, la de una palabra para cada
pensamiento, podría serlo también, un narrador conceptual, casi disperso.
Una prosa rítmica, con cadencia, que juega con los árboles y
la naturaleza, y los mitos y las crueles verdades de una sociedad profundamente
asentada en la desigualdad; una prosa suave que desgarra y en la que se
intercalan, como sanadores vendajes, pequeñas piezas de poesía que esperan su
hora para convertirse en una gran oda.
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