La guerra muestra lo mejor y lo
peor del hombre – también caben las mujeres, sin discriminaciones ni sexismo -.
Al más apocado de los soldados es capaz de encumbrarlo al mayor de los destinos
heroicos y al más arrojado es capaz de mostrarle la cobardía que atesora oculta
en su interior.
Así las cosas, durante la Gran
Guerra, el soldado Albert Maillard se ve envuelto en un desafortunado ataque
ordenado por el teniente d’Aulnay-Pradelle. Será otro soldado, Édouard
Péricourt quien lo salve de una horrible y segura muerte. Tres nombres, tres
personajes y tres destinos unidos ya para siempre.
La novela se desarrolla alrededor
de lo que acontece con la vida de los tres una vez finalizada la guerra. La
contienda, con ser importante y dar sentido a todo lo que la sobrevive, no es
lo esencial. Sin embargo, como todas las guerras, es el personaje perenne e
invisible que se mantiene durante toda la trama, que hace que los personajes
tengan una determinada vida o sean como son. Es la guerra la que marca, al fin,
las pautas.
Los tres personajes principales
vuelven, pues, a la vida civil tras el
período militar. Uno volverá como el héroe aclamado que, en realidad, nunca
fue. Otro volverá tan avergonzado que no querrá, siquiera, que su familia
llegue a saber que ha sobrevivido; y el tercero de ellos será un alma que sigue
sintiéndose débil y pusilánime pero que se atreverá, con una valentía que ni él
mismo reconoce, a luchar por la vida y por la calidad de vida de su compañero,
al que estará eternamente agradecido.
Ambientado en la Francia de
postguerra, el autor nos muestra una Francia triste y pobre, aunque orgullosa,
sobre todo, de sus héroes caídos. Una época en la que se dará más mérito a los
muertos que a los vivos. La Francia donde los excombatientes mueren fuera del
campo de batalla, de frio, de hambre y, dolorosamente, de olvido.
En este ambiente gris, Édouart
Péricourt idea la forma de salir de la miseria, apostando por los muertos, por
el homenaje a los muertos; aprovecha ese sentimiento patriótico para salir de
ese pozo junto con su compañero Albert, mediante una estafa a gran escala.
Mientras tanto, d’Aulnay-Pradelle, crece social y políticamente a costa,
precisamente, de lo mismo: los muertos. Los caídos, sus ataúdes y sus
sepulturas serán su negocio.
El autor hace alarde de sus
habilidades para concentrar en un solo texto varios géneros literarios, llevándolo a cabo con gran fortuna y acierto
y dando como resultado una novela de una gran calidad.
Personajes muy bien definidos, en
una prosa ágil, sin subterfugios, que retrata sus caracteres sin lugar a las
dudas, sin dejar que el lector quiera irse a otra parte o a suponer que cada
uno de ellos hubiese actuado de otra manera. Una trama intensa y rápida que no
deja tiempo para recrearse en bellezas, que no existen ya tras la guerra. Una
narración que avanza, tan veloz como la vida misma y que viene a decirnos, con
grandes dosis de humor y no menos afiladas críticas, que la verdadera lucha es
la cotidiana, la que se pelea sin armas.
… Y mientras tanto, un padre
busca a un hijo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿y tú que opinas?