El señor de las moscas no es otro que un ídolo, un icono inventado que se
instaura para rogar, para hacer temer,
para proteger de la irracionalidad que no se entiende y para justificar
el uso de esa irracionalidad.
En una isla desierta un grupo de jóvenes, niños, recalan tras un
accidente de avión. No hay adultos, no hay normas ni jerarquías. Sin embargo, siendo
ingleses, tomando este dato como referente de organización social, aunque
podrían serlo de cualquier otro lugar, los niños mayores deciden organizarse
para poder sobrevivir.
Y surgen los estereotipos, y surge la imitación de la sociedad o surge,
tal vez, la naturaleza humana sin los disfraces de la conveniencia social.
Ralph será el líder, un líder nato, el que basa las decisiones que se toman en
el bien común, en el orden y en la razón. A su lado está Piggy, el pequeño y
asmático, el ideólogo al que temen por la influencia que ejerce sobre Ralph,
pero al que desprecian por su falta de fuerza física y por estar siempre a la
sombra del líder.
Otro líder nato es Jack, otro tipo de liderazgo, otro tipo de autoridad.
Jack es la fuerza, es la mente pragmática, el que busca el bien común, también,
colmando las necesidades más básicas: comida, placer inmediato, supervivencia
frente a las amenazas. Y un tercero en
discordia es Roger, sin madera de líder, pero con la fuerza mental y física
necesaria para estar siempre en el grupo de cabeza; el callado y enigmático
Roger, siempre cerca del poder, sin tomar partido, siguiendo las órdenes.
La rivalidad entre Ralph y Jack es evidente desde el principio; a pesar
de ello, siquiera brevemente, hay una alianza tácita. Como en cualquier tipo de
sociedad, dos son los factores que mantienen esa calma inicial, a saber: el
tanteo de fuerzas, el tiempo que se toman los rivales en estudiarse los unos a
los otros y, el segundo de los factores
es el período de bienestar en que todas las sociedades son pacíficas y
civilizadas, capaces de grandes logros sociales y políticos.
Y de pronto la paz termina, el equilibrio de fuerzas se resquebraja. El
miedo es utilizado en contra del pueblo y a favor de las fuerzas de control. Y
se desata la barbarie y las masas beben sangre, mientras piden más pan y más
circo. Una reflexión social escalofriante, un retrato humano desgarrador para
quien cree, en cualquier época, que el sentido común nos salvará de nosotros
mismos.
Ah…, el sentido común.
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